sábado, 6 de marzo de 2021

Un libro de expurgo


      Corrigiendo y aumentando la consigna del Manual de procedimiento ("Es obligatorio marcar dicho material con el sello de expurgo en la portada o en lugar visible"), el bibliotecario puso varios sellos de más a aquel volumen gastado, hasta once, y con esa certificación, productos y servicios postales, alta prioridad, el ejemplar llegó en un pispás al carro de los libros descartados, donde lo encontré.
      Se trataba de Dispatches, del reportero de guerra Michael Herr, que prometía un genial vistazo al conflicto de Vietnam. Lo empecé al poco y, según leía, iba encontrando las marcas que refiero, letras azules situadas en los márgenes del texto, EXPURGO. La seña, así repetida, en cualquier otro libro me hubiese sugerido, simplemente, el aburrimiento del bibliotecario, su falta de café, pero allí, con el paso de las páginas, se me revelaba como apunte, como apostilla tan firme en su insistencia como feroz. "Limpiar y purificar algo, entresacando lo inútil, sobrante o inconveniente", define el repertorio de la lengua la palabra expurgo. Y, según iba conociendo los detalles del extraño y sugerente viaje de Michael Herr por el Vietnam, ese término, sin tener plena idea de por qué, me resultaba apropiado. Tal vez debía aceptarlo sin más, como tantas cosas se aceptaban allí, quedando su significado oculto hasta más tarde, pues la vida, aquella vida pasada de revoluciones, apremiaba. O quizás, en la vena alucinada del autor, podía entender las letras azules a manera de exudación, de aparición lingüística que, surgida del papel, venía a atormentar el texto y al mismo lector.
      A decir verdad, aun después de habérmelo acabado, no lo tengo claro (¿Vale expurgo para definir la obra de Herr? ¿El bombardeo de saturación en la selva vietnamita? ¿Las sensaciones de los soldados?). Sé al menos que una de esas marcas sí tengo que admitirla tal cual. Porque está situada con tanto acierto en el espacio entre dos párrafos, que parece un título elegido por el propio autor para dar realce a sus palabras. Es así que el bibliotecario, hábil juego de muñeca, Y van diez. Bueno, uno más, colmado el corazón por su gusto por los sellos, o por el deseo de tomarse un café, tiene mi reconocimiento, y se hace disculpar (un poco) por su elástica interpretación de la norma.
 

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