martes, 11 de diciembre de 2018

Tren a Busan




     He visto la película surcoreana de zombis Tren a Busan. Me ha parecido entretenida, y... Debo admitir algo, primero. Soy poco aficionado al cine de zombis, y no sólo por falta de apego a la sangre: mi impresión es que éste se presta a comentarios de un cinismo amargo. El zombi puede, naturalmente, implicar algo más que el miedo a la enfermedad contagiosa, o a la figura del muerto. A mí me desagrada que lo que acabe trascendiendo sea un gusto por la violencia salvaje, o el rechazo xenófobo del diferente, del extranjero. Veo lo primero en el episodio piloto de The Walking Dead, donde, con la excusa de la zombifiación, liquidan a una niña de un disparo en la cabeza. Lo último creo reconocerlo en la escena de Jerusalén en World War Z. Los muertos vivientes entran en la ciudad porque les atrae el canto conjunto de israelíes y palestinos, simbolizando los zombis lo indeseable de una alianza entre ambos grupos.
      En Tren a Busan, de Yeon Sang-ho, no encuentro nada del estilo. Es cierto que la acción se reduce, a menudo, a una violencia arrebatada, donde no falta el consabido manchurrón de sangre. Pero la película mantiene un estándar formal que impide que ninguno de los dos resulte incómodo. También es verdad que a través del zombi se quiere expresar una censura, pero la suya es una crítica amable, porque tiene por blanco los excesos de la sociedad capitalista. La idea, no obstante, apenas se desarrolla, pues sirve básicamente para impulsar el típico relato de redención personal que está en el centro del asunto. Porque Tren a Busan es una historia de zombis al uso, que combina con soltura la acción vistosa y el melodrama trivial. Y en la que los protagonistas, un gestor de fondos que vive para su trabajo, y su hija pequeña, buscan cobijo en los vagones de un tren, mientras tratan de evitar los rigores del género y los antojos del guionista, que se sirve de la enfermedad y de los zombis un poco a capricho. Así, vencidas las dudas iniciales, ¿qué me parece llamativo de este tren a Busan?
      Dos cosas. La primera es una secuencia donde la película, dejándose de clichés sentimentales, da señas de una personalidad efectiva, para desdecirse luego. Es aquella en la que un grupo de supervivientes le niega a otro la seguridad de su escondite, por la sospecha de que entre los que vienen pueda haber infectados. Se propone allí un dilema interesante. Uno que exige de la gente que está a seguro una toma de postura, tan radical como inmediata: deben decidir si arriesgan o no la propia vida, y la de los compañeros, sin saber si eso ayudará a los que llegan. A nosotros, que advertimos que no traen el virus, nos parece fácil, pero, puestos en situación, ¿quién sabe cómo reaccionaría cada uno? Ellos deciden cortarles el paso, después de algunas dudas. Es verdad que estos personajes son demasiado serviles a los metafóricos designios del guionista, Park Joo-suk, que hace que la decisión dependa, en buena medida, de un empresario sin escrúpulos. Pero aun así los personajes muestran su humanidad, actuando no idealmente sino según lo que les ocurre entonces. Al cabo, el trance se resuelve cuando los fugitivos fuerzan su entrada y ganan asilo. En breve se les obliga a marcharse a otro vagón, y de este modo dejan atrás la seguridad del grupo y unas escenas de cine notable. Cine que, de pronto, pierde la credibilidad ganada. Porque el guionista, como avergonzado por lo que acaba de ocurrir, decide enmendarle la plana al grupo de los que resistían la entrada. Les sanciona, por haberse visto forzados a elegir entre dos males, decidiéndose por el que creían el menor de ellos. Sirviéndose de una suicida que no es más que el vector de su castigo, les suelta, sí, a los zombis. Afirma de este modo que allí sólo había una opción, que no había dilema, que la respuesta estaba grabada en piedra. ¿Acaso no podía el empresario estar en lo cierto, y con él la gente que le seguía? No, porque los empresarios metafóricos no tienen corazón, ni cabeza. Fastidiosamente, Park Joo-suk elimina cualquier atisbo de realidad en los minutos anteriores, y devuelve la película a los mecánicos y seguros cauces de costumbre.
      Hay otro aspecto del filme que encuentro llamativo. Podría ser el buen trabajo de la niña protagonista, Kim Su-an, aunque sus palabras, demasiado precisas, demasiado adultas, pensadas para ablandar al espectador con su calculado sentimentalismo, no ayuden a definirla como niña pequeña. No, lo que quiero destacar es una cuestión distinta, y es que en Tren a Busan se usa el término “zombi”. Parece algo natural, y sin embargo en otras ficciones del estilo éste se evita. El caso de la serie The Walking Dead es ejemplar: allí se le conoce como “caminante”, se entiende que por su modo de desplazarse, lento y torpe (el de Busan, gimnasta, va a la carrera). Incluso en la propia Tren a Busan la palabra aparece una vez sólo, y de pasada: ésta circula en una conversación de texto, según se ve en la pantalla de un móvil. ¿A qué puede deberse la reticencia, el deseo de los autores de que el término pase inadvertido? Quizás el motivo esté en que el zombi, tal como hoy lo entendemos, apareció por primera vez en 1968 con La noche de los muertos vivientes, y es por tanto una criatura puramente cinematográfica. No tiene la raigambre de otros seres fantásticos, como la bruja, el gigante o el vampiro, cuyos orígenes míticos permiten que nos preguntemos si acaso no habrá una pizca de verdad en las leyendas. El origen del zombi está, como si dijéramos, documentado, y nadie se engaña respecto de dónde viene. Por ello es posible que, al omitir la palabra, se quiera que no recordemos el género del filme, y así que estamos viendo una película. Claro que su ausencia también puede acabar centrando la atención sobre ese mismo punto. Por eso lo que hacen los autores de Busan es hábil: mencionan la palabra, reconocen que el zombi forma parte del imaginario colectivo, que en una sociedad moderna cualquier “infectado” o “caminante” que remotamente lo pareciera recibiría ese nombre, la mencionan, digo, para olvidarla luego. El truco puede o no funcionar, eso según cada uno, pero al menos debe reconocerse el cuidado puesto en evitar que nos distraigamos de la historia.
      Tren a Busan, en definitiva, no me parece antipática como World War Z o The Walking Dead (donde no pasé del capítulo uno, por cierto). Presenta un mensaje inofensivo, con el que la mayoría puede conectar, y, sin prescindir de la violencia o de la sangre, se cuida de no caer en los excesos del género. Contando su historia tampoco arriesga, pero sabe dosificar el drama familiar dentro del apocalipsis zombi, visualmente está cuidada y ofrece alguna secuencia de interés. Es un espectáculo de supervivencia que me ha resultado ameno, también por enseñarme cómo se las gastan en Corea del Sur con los muertos vivientes.