martes, 28 de noviembre de 2017

Palabrotas


     Coche policial es una road movie americana de poco vuelo, que tiene para mí su momento más curioso al principio. Dos chavales de unos once años caminan a la par, absortos en un juego: uno de ellos va diciendo tacos, que el otro debe repetir. El primer chico, de carácter resuelto y ánimo zumbón, ha empezado con palabras de apariencia inocente, que pronto suben de grado. En breve llega hasta el crítico “joder”, y el amigo, más tímido y respetuoso, ya no le quiere seguir. Se justifica diciendo “Esa palabrota es la peor”. A esto el compañero responde, tentándole: “Pues un amigo de octavo me dice que es una lengua de Rusia, así que se puede decir”. En esta escena la película nos ofrece una prueba de madurez, que en el inglés original se cifra con un curioso crescendo idiomático. Es mi idea el comentarlo, y centrarme luego en la traducción al castellano de uno de sus términos.
     Las palabras que se escuchan son las siguientes: wiener, boobs, pussy, damn, goddamn, ass, asshole, assface, bitch, shit, shithead, y fuck1. El primero de los chicos emplea algunos términos que, sin ser necesariamente ofensivos, pueden leerse con ánimo jocoso: así, wiener, que vale por “salchicha” o “picha”, pussy, por “gatito”, "cobarde" o “coño”, o bitch, por “perra” o “arpía”, con los que se muestra una doble intención. Al mismo tiempo, el muchacho también arma ciertos insultos duros con palabras que no tienen por qué serlo tanto. La manera en que utiliza los términos ass y asshole enseña su ánimo travieso: ass puede traducirse como “burro” o bien “culo”, así como “estúpido”; sin embargo, en asshole (literalmente, “ano”) compone la palabra “gilipollas”. Es este un juego con el que la película da a entender, como digo, que está operando una iniciación al mundo adulto, una forma inteligente de situarnos en la historia y de presentarnos a los protagonistas en el comienzo. Con la traducción, el juego pierde una parte de su gracia, y la idea de rito de paso que aquí señalo se difumina, algo seguramente inevitable, independiente del dictamen del traductor. No entraré, por eso, a discutir la adaptación (aunque creo que podría haberse afinado más), pero sí me detendré en una palabra que creo está mal traducida, y esta es bitch.
     El modo en que allí se vierte conecta con una miríada de traducciones inexactas del término, que es posible encontrar en otras tantas películas. Algunos traductores la trasladan como “puta”, su acepción más extrema, sin detenerse a considerar el contexto en que se da. Intento explicarme el por qué de esa insistencia, y pienso que, quizás, a los responsables de la traducción les parece que a los españoles nos gusta hablar fuerte, y precisamos por ello de palabras infladas, a fin de que no se nos pase por alto la grosería. Sea como fuere, creo que incluyéndola en los doblajes se le hace un flaco favor al idioma, porque se acostumbra al espectador a ella, fomentando indirectamente su uso indiscriminado. Pero volviendo al caso. Como digo, es una palabra con una carga expresiva mayor que la que bitch suele reflejar en el cine comercial de Estados Unidos. En Coche policial debería usarse el término “perra” (que es lo que bitch significa en origen, la hembra del perro), para que, respetando su origen animal, pudiera entenderse también como “bruja” o “arpía”. Dado el equívoco que se fomenta, me parece apropiado poner el término bitch en relación con otras tres películas americanas.
     Uno de los usos más famosos del mismo es el que Sigourney Weaver hizo de él en Aliens: el regreso. Con un sonoro Get away from her, you bitch! o “Apártate de ella, puerca”, desafiaba la teniente Ripley a su contraria, que entonces ponía sus miras asesinas sobre una niña indefensa. Esta traducción se hizo bien, porque Ripley, al cabo, le gritaba a un animal, acreditado por sus modos sucios y su prole numerosa. Por desgracia, el ejemplo no ha cundido. Parece natural que en una película de atracadores moderna como Heat, la frase son of a bitch se vierta como “hijo de puta”, tal como ocurre, aunque esa estructura tenga en realidad su equivalente más cercano en “hijo de perra”2. Ahora bien, en Adivina quién viene esta noche, el cambio está fuera de toda proporción. Al tratarse de un doblaje del tiempo de la censura, este no se escucha: es el moderno subtitulado el que lo recoge, y a uno sólo le queda temer cómo iría la cosa si el doblaje fuera de hoy. En esta película el error es tanto más curioso, pues bitch se emplea dos veces, y en la primera se vierte adecuadamente como “bruja”. No así en la segunda, donde se hace decir a Spencer Tracy, que acaba de musitar tras un tiempo de reflexión, I’ll be a son of a bitch...!, un “¡Seré hijo de puta!” que nada tiene que ver con el “Pero seré estúpido...” que es lo que corresponde con el personaje y el momento que vive, y con el tiempo al que pertenece.
     Si se pusiera más atención a las circunstancias, se vería que en Coche policial los chavales son conscientes, en la medida en que corresponde a sus años, de las implicaciones de aquello que dicen. Por eso en el doblaje parece una incongruencia que el chico más tímido diga “puta” sin ningún rubor, y se quede parado cuando debe repetir el término “joder”3. Si bitch se adaptara como sugiero, creo que se apreciaría mejor que existe una progresión en la fuerza de los insultos, y los rasgos iniciales de los personajes quedarían definidos con mayor claridad. Esto no obstante, reconozco las dificultades de traducir una secuencia así, y entiendo que sólo en inglés es posible disfrutar plenamente de las profanas sutilezas que ofrece en su principio Coche policial.



1 Según el doblaje: “polla”, “tetas”, “coño”, “mierda”, “maldita sea”, “culo”, “capullo”, “caraculo”, “puta”, “mierda”, “gilipollas”, “joder”. La traducción subtitulada canjea “polla” por “salchicha” y “mierda” (la segunda vez) por “truño”. Tal como yo lo veo, se atendería mejor a la progresión que la película plantea si se adaptara así: “picha”, “peras”, “conejo”, “mierda”, “maldita sea”, “culo”, “caraculo”, “capullo”, “perra”, “hostia”, “gilipollas”, “joder”.
2 En inglés, bitch, cuando se emplea para calificar a una mujer, no tiene por qué tener una connotación sexual que indique inmoralidad. De ahí que son of a bitch no me convenza como “hijo de puta”. Si se llevan las cosas por ese camino, la expresión habitual es motherfucker. Aunque esta palabra tenga sus propios matices semánticos, lo que aquí importa es que expone la idea de inmoralidad a través del sexo. Para apreciar la variación de intensidad entre ambas expresiones del inglés, no hay más que ver cómo en la televisión en abierto americana, donde se censuran las palabras inapropiadas con un pitido, bitch puede admitirse mientras que fuck y cualquiera de sus variantes, no. De ahí que haya que habilitar bitch de otra forma a como suele hacerse.
3 En el doblaje al español americano (de México, diría), la peor palabrota es, precisamente, “puta”. La lista en esa versión va como sigue: “pito”, “tetas”, “coño”, “maldición”, “maldita sea”, “culo”, “ano”, “cara de culo”, “perra”, “mierda”, “cabeza de mierda”, “puta”.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Carta de Tello


Me escribe Tello, personaje del último “Cosas mías”, para decirme lo siguiente: 

      Estoy, por el momento, satisfecho con mis conclusiones. Un palmo (esa medida histórica) sirve para ofrecer afecto mesurado, al saludar. Claro que ésa es la teoría, cosa distinta es llevarlo a la práctica. Juzga tú, si no. En la fiesta en la que coincidimos, una chica me dijo, después de que le estrechase la mano, "¿Nos saludamos a la europea, o a la española?". Lo hizo con simpatía, y no tuve inconveniente en darle dos besos. No obstante, y aunque con buen humor, ella me había negado la efectividad del apretón de manos.
      Yo prefiero dar la mano, como expresión templada e igual de afecto. Es así, aunque entienda la valía de acercarse a una mujer a nuestra manera. Acaso sea posible conocer la disposición afectiva de la chica, por cómo planta los besos. Pero es un saber sutil, el del beso de topada o concurrencia. Problemático. Toma por ejemplo a Sonsoles, en la despedida de la fiesta. Marieta acababa de decirme adiós, con dos besos muy cariñosos. Esto, admito, me sorprendió, dado que somos casi desconocidos. Sólo esforzándome entendí que aquella era una cuestión de temperamento. Luego llegó Sonsoles, y… Espero que la confidencia no te moleste. [Mi interlocutor tiene un concepto equivocado de mí, en lo que a soltura emocional se refiere. Si no le he sacado de su error, es porque me agrada que mantenga las formas]. Ella redujo las distancias y, situando una mano en mi pecho, deslizándola ligeramente hacia abajo, me dio en las mejillas dos besos pausados. Creo que alguien menos ponderado que yo se hubiese llevado a engaño, en esta instancia. Yo vi que allí ocurrían dos cosas. Una, que Sonsoles no quería ser menos que Marieta. Dos, que la anfitriona deseaba agradecerme la visita de un modo especial. Fue con afinado instinto teatral que Sonsoles eligió aquel gesto y, con maestría, lo ejecutó. No pienses que la culpo por ello: al revés, me alegra haber sido su contraparte en aquella escena. Al mismo tiempo, no se me ocultan los riesgos de ignorar a qué se juega en un momento así.
     Quizás después de todo no debería abandonar la costumbre de dar dos besos, para no perderme cosas del estilo. Lo de querer dar la mano lo adquirí en mi viaje europeo, igual que el hábito de las infusiones. Tal vez tenga que asumir que estoy en España, y que debo hacer como la gente del país. Que, aquí, el palmo famoso puede acabar resultando medida histérica. Pero no, he de atenerme a lo que pienso: son los riesgos de la mesura.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Lugares comunes

    

     Viendo Siete psicópatas —ya sabes, esa comedia negra en la que Christopher Walken lleva un pañuelo al cuello tipo cravate— tomo algunos apuntes culturales. Sam Rockwell acaba de echarle en cara a Colin Farrell su afición a la bebida, recordando por el camino su ascendencia irlandesa, y entonces sigue un breve intercambio. Empieza Rockwell:

         —Los españoles tienen los toros. Los franceses el queso. Y los irlandeses tienen el alcoholismo.
         —¿Y los americanos?
         —La tolerancia.

      La película, escrita por el director irlandés Martin McDonagh, está inmersa en la cultura americana y comparte su sensibilidad, lo que me permite hacer una pequeña reflexión sobre la imagen popular de España en este país. Mi impresión es que, en Estados Unidos, no existe una imagen de España propiamente, no como pueda haberla de otras sociedades europeas, como la francesa o la irlandesa. Observo que hay fragmentos típicos, casi siempre de antigüedad notable, que componen una figura difusa, difícil de distinguir en la práctica de las nociones que allí se manejan del ámbito cultural hispano.
      Se dirá que, en lo que toca a Francia e Irlanda, el diálogo de la película también emplea tópicos gastados, y es verdad. Pero luego ésta va más allá, ofreciendo en su desarrollo una fotografía, si no plena de detalle, ciertamente más entera de los mismos. Primero, en la conversación se encuentran varios lugares comunes: los españoles son valientes, pero primitivos; los franceses, exquisitos pero blandos; los irlandeses, depresivos (luego se añadirá, de forma indirecta, el rasgo de la entereza) y los americanos, bromistas, pero tolerantes. El chascarrillo que guarda el último comentario, dada la visión menguada de otras sociedades que el supuestamente comprensivo personaje de Rockwell ofrece, indica que el director no quiere hacer de menos a ninguna de ellas. Son sólo clichés, expresados por boca de un americano irrespetuoso y poco informado. Pero la nota es significativa, en lo que a estas tres culturas se refiere, cuando se contrasta con lo que luego podemos escuchar.
      Así, más tarde, Rockwell dice, en una alusión metafílmica, “¿Ahora estamos haciendo cine francés?”, para señalar el filme pausado, artístico, que la película propone ser por un momento, justo el tipo de película que el guionista interpretado por Colin Farrell querría escribir. A esta noción cultural debe añadirse el artículo de moda, la cravate que Christopher Walken luce durante todo el metraje, que ayuda a presentarlo ante los demás como un arquetipo de cortesía y buen gusto. Francia aparece, de este modo, como un referente estético y aun ético, como una presencia consolidada en la conciencia visual de los americanos. En cuanto a los irlandeses, no obstante la alusión a la bebida, están representados por Farrell, uno de los protagonistas, que además está escrito para que simpaticemos con él. A esto se suma la referencia a la tradición policial de los irlandeses en EE. UU., notable en algunas ciudades como Nueva York. Es un comentario que revela conocimiento de su pasado migrante, así como gratitud por su voluntad de integración y de servicio a la comunidad. Un último dato a añadir sería el de la lucha centenaria de ese país con Inglaterra, también mencionada, que no sólo sitúa a Irlanda histórica sino también espacialmente, figurada y literalmente en el mapa.
      De este modo, tanto en el caso de Francia como en el de Irlanda, es posible encontrar un rastro narrativo, con hitos culturales que favorecen la identificación, el reconocimiento de sociedades distintas a la propia americana. Es por omisión que la película ofrece un testimonio de que esto no ocurre en el caso de España. En lo tocante a nuestro país, la ignorancia es llamativa, si se piensa que el filme se desarrolla en Los Ángeles. Ni el origen hispano de la ciudad, ni la continuada presencia mexicana en la región, ni la multitud de vocablos castellanos que salpican el terreno, parecen conectar con España. Quizás sea por un caso de mala conciencia, que impide a los angelinos mirar más atrás de 1848, año en el que California fue tomada a México tras una guerra de expansión territorial. En cualquier caso, nada se añade a ese “Los españoles tienen los toros”, rasgo nuestro sin duda, pero tan poco clarificador por sí mismo como pueda serlo el indicar que los americanos tienen los cowboys. Sobre todo cuando aquí el interés por los toros disminuye, según las estadísticas. Si al menos hubieran elegido el fútbol... De este modo, la película queda como un ejemplo sugerente de la práctica invisibilidad de España en los Estados Unidos, como mínimo en lo que al cine de este país se refiere.