viernes, 29 de mayo de 2020

Cifra léxica

     


Transcribo aquí unos párrafos del libro de Américo Castro La realidad histórica de España (1965), tomados del capítulo "Al-Andalus como una circunstancia de la vida española", por su apreciación elocuente de aquella realidad conflictiva a través de las incorporaciones de términos del árabe al léxico castellano:

      Numerosos vocablos árabes se encuentran en el español y el portugués (en menor cantidad en catalán) como reflejo de ineludibles necesidades, lo mismo que el latín tuvo que aceptar también millares de palabras griegas. Muchos arabismos perduran en la lengua literaria y dialectal. La estructura gramatical no fue afectada por el árabe, aunque a veces aparezcan giros sintácticos en obras literarias traducidas de aquella lengua. Pero por fuerte que fuese aquella presión lingüística, la estructura de las lenguas peninsulares de origen latino continuó siendo románica. Si toda la Península hubiese sido anegada por la dominación musulamana, como lo fue Inglaterra por los normandos, entonces la estructura de la lengua se hubiese alterado profundamente; pero los cristianos adoptaron las palabras árabes porque convivían con los musulmanes y los judíos, y no por la presión de ningún dominador. (...). Las adopciones de léxico se refieren a muy varias zonas de la vida: agricultura, construcción de edificios, artes y oficios, comercio, administración pública, ciencias, guerra. Hay, además, que tener muy presente que los vocablos árabes podían ser debidos tanto a la actividad de los mozárabes y musulmanes como a la de los judíos, cuya lengua de civilización en la Península fue el árabe, por lo menos hasta el siglo XIII. El romance hablado por los judíos estaba lleno de voces árabes.
      Ya es significativo que tarea, tarefa (en portugués) sean árabes. Los alarifes planeaban las casas y los albañiles las construían; son arabismos: adobe, alcázar, alcoba, zaquizamí, alhacena, azulejo, azotea, baldosa, zaguán, aldaba, alféizar, etc., etc.; la gran técnica en el manejo del agua aparece en acequia, aljibe (que adoptó el francés con la forma ogive), alberca, y en multitud de otras palabras. Porque los sastres eran muy a menudo judíos, se llamaron aquéllos alfayates. Los barberos se llamaban alfajemes; las mercancías eran transportadas por arrieros y recueros; se vendían en los zocos y azoguejos, en almacenes, alhóndigas y almonedas; pagaban derechos en la aduana, se pesaban y medían por arrobas, arreldes, quintales, adarmes, fanegas, almudes, celemines, cahices, azumbres, que inspeccionaba el zabazoque y el almotacén; el almojarife percibía los impuestos, que se pagaban en maravadíes, o en meticales. Ciudades y castillos estaban regidos por alcaldes, alcaides, zalmedinas y alguaciles. Se hacían las cuentas con cifras y guarismos, o con álgebra; los alquimistas destilaban el alcohol en sus alambiques y alquitaras, o preparaban álcalis, elixires y jarabes, que ponían en redomas. Las ciudades constaban de barrios y arrabales, y la gente comía azúcar, arroz, naranjas, limones, berenjenas, zanahorias, albaricoques, sandías, altramuces, toronjas, alcachofas, alcauciles, albérchigos, alfóncigos, albóndigas, escabeche, alfajores y muchas otras cosas con nombres árabes. Las plantas mencionadas antes se cultivan en tierras de regadío, y como en España llueve poco (excepto en la región del Norte), el riego necesita mucho trabajo, y arte para canalizar y distribuir el agua, en lo cual sobresalieron los moros, pues necesitaban el agua para lavarse el cuerpo y para fertilizar la tierra, y por eso perduran los nombres árabes y no los de la tradición romana. He citado antes alberca, aljibe, acequia, pero el vocabulario relativo al riego del campo es muy amplio: noria, arcaduz, azuda, almatriche, atareja, atanor, alcorque, etc.
      Los nombres de prendas de vestir llenarían bastante espacio: Albanega, ‘cofia para recoger el pelo’; alcandora, ‘especie de camisa’; almaizar, ‘toca de gasa’; almalafa, ‘manto largo’; alfareme, ‘toca para cubrir la cabeza’; marlota, ‘saya’; albornoz, almejía, ‘manto corto’; jubón, alpargata (derivado del árabe, aunque la palabra árabe proceda de otra prelatina), zaragüelles, etc. (...).
     Nótese que no he mencionado el vocabulario militar (adalid, algarada, rebato, etc.) ni el relativo a la industria y manufactura de objetos (almazara, aceña, alfiler, argolla, ajorca, tabaque, adarga, azagaya, azafate, etc.). De lo que sabemos resulta que no basta con decir que los cristianos adoptaron nombres de cosas, o sufrieron "influencias", porque lo que esas palabras descubren es el espacio que en la vida cristiana ocupaba la civilización islámica. Se trata de la proyección de cierto tipo de vida para el cual eran importantes el cultivo y el culto de la tierra madre, la apetencia de placeres físicos y estéticos, y el ejercicio de la guerra.