En
las últimas semanas, se han visto en las carteleras del
Ayuntamiento de Madrid dos imágenes distintas. Una, mostrando la fuente
de Cibeles, otra el Templo de Debod. Las creí señales de un cambio
tranquilo, no por silencioso menos importante: la sustitución de la alborotadora publicidad habitual por fotografías de la urbe
compartida, a fin de hacer una ciudad un poco más amable. Estaba equivocado.
Una búsqueda en Internet me reveló la razón de aquellos hitos gráficos:
el Ayuntamiento, a la espera del inicio del contrato con una nueva
empresa
anunciante, vestía de algún modo el hueco dejado por la compañía
anterior. Dos imágenes emblemáticas de Madrid, no en exceso llamativas,
funcionales, cubrían por un tiempo las carteleras, junto con otras ya
existentes de
orientación o concurso cívico, municipales también.
¿Por qué no vi lo que de verdad ocurría? El constante llamamiento al
cambio del nuevo gobierno me llevó a pensar en un giro político. Pero
no era el caso, y la falta de ruido en los medios tendría que
haberme puesto sobre aviso. Esperaba demasiado, claro. La
publicidad es un elemento vertebrador de la sociedad de consumo, y
aunque los anuncios sean invasivos, empujen al gasto constante, y
fomenten el malestar a través de la envidia, resulta muy difícil que
nadie los censure, por muy antisociales que en el fondo sean.
Las imágenes de la Cibeles y del Templo de Debod desaparecerán pronto. Cuando hice las fotos que aquí acompañan, ya se
veían obras en algunos lugares para reemplazar el mobiliario urbano, y
adaptarlo a las necesidades del nuevo contratista. De todo esto, al
menos, me queda la impresión de cómo sería la ciudad, si pudiera
liberarse de la chismosa publicidad de costumbre.
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