sábado, 26 de septiembre de 2015

Turno de preguntas




      Jeremy Corbyn, el nuevo líder laborista, iba a terminar su turno de preguntas en los Comunes, y ya se preparaba para interpelar al Primer Ministro Cameron el siguiente parlamentario, Andrew Turner, de la Isla de Wight. Para este representante del sur de Inglaterra era la hora de reivindicarse, porque la novedad de Corbyn había atraído la atención del país al Parlamento. Cameron daba la réplica a Corbyn; en unos momentos Turner aprovecharía la coyuntura para llamar la atención del Primer Ministro —y del Reino Unido— sobre un asunto de particular alcance.

Andrew Turner: El zoo de la Isla de Wight está teniendo problemas importando un tigre. La trataron con crueldad en un circo y lleva en aislamiento casi dos años, aunque en Bélgica la rabia ya ha desaparecido por completo. ¿Puede mi muy honorable amigo asistir en la superación de este bloqueo burocrático?

Primer Ministro: Sin duda haré todo lo posible por ayudar a mi [le interrumpen].

Portavoz de la Cámara: Orden. Quiero saber más del tigre.

Primer Ministro: Por supuesto que quiero saber más del tigre, y ayudaremos a la gente de la Agencia de Sanidad Animal y Vegetal, dentro del Departamento de Medio Ambiente, Alimentos y Asuntos Rurales, que son los que se ocupan del asunto. Yo en mi circunscripción tuve un caso igual, cuando el Parque de Fauna Salvaje Cotswold quiso traer un rinoceronte. Yo intervine, y estoy encantado de decir que el Parque Cotswold le dio al rinoceronte el nombre de Nancy, en honor a mi hija. Nancy ha estado criando desde que llegó a Burford, y yo espero que el tigre se muestre igual de eficaz.

      ¿Qué habíamos escuchado? ¿Era este un intento de los conservadores de romper con el tono que Corbyn, sereno y combativo, había impuesto al debate? Quizás. Aunque, por otra lado, tal vez no fuese más que una manera de evitarle problemas al líder del propio partido. También, ¿por qué no?, el parlamentario pudo preguntar lo que en conciencia creyó más oportuno. Lo que estaba claro era que Internet no tendría piedad con él, por eludir entonces asuntos como —alguien lo decía ya en una red social— el transporte o el desempleo. 

     Yo, como espectador de una realidad ajena, prefiero señalar el asombro que sentí al ver la forma en que se desarrolló el diálogo: la seriedad de la pregunta de Turner, la intención traviesa del Portavoz, la alegría confusa del Parlamento, finalmente la respuesta del Primer Ministro subrayando con inteligencia la comicidad del momento. Esta situación me hizo pensar, antes de volver a centrarme en el debate, que nuestra política podría ser menos insípida, más ingeniosa y vivaz de lo que aparenta; y que no por ello tendría que abandonar sus trucos, si se hiciera como hacen los británicos.


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