Pero es más que eso. Si
(y aquí sigo una idea de Andrew Rilstone) Star Wars se
entiende como una historia contada por una mujer de ese universo a
su hijo, antes de dormir, entonces La guerra de las galaxias puede verse como un relato a la antigua, que sirve para transmitir creencias (miedos, expectativas,
realizaciones) sociales. Nosotros no podemos saber, no mejor que el
chico que recibe el cuento, cuánto de mito y cuánto de realidad hay
en la crónica de la caída y restauración de la República
Galáctica – somos, como el chaval, receptores de una historia que comunica los valores de una época y una población determinadas, los de la narradora. Un inciso. Yo encuentro sugerente la idea de Star Wars
como tradición oral, empezada, quizás, por seres de otra raza; como leyenda que toma de aquí y de allá y se modela con el
tiempo, mostrándose distinta según la hora, el lugar y la persona
que narra, y que termina por convertirse en una obra canónica...
A lo que iba.
La palabra clave aquí es “creencia”. El mismo Julián Marías indica
la importancia de las creencias en la vida personal, por un arraigo
que supera con mucho al de las ideas (porque las ideas cambian con facilidad, pero las creencias, entendidas como vigencias sociales, son firmes). Y añade que han sido las mujeres las que
durante milenios han transmitido las creencias en el seno de la
familia. Si esto se aplica al universo de Star Wars, de la manera
en que aquí se considera, la ausencia aparente de la mujer en el
mismo se explica por la necesidad de que el hijo aprenda nociones guerreras y no otras, esa noche. Esto, claro, no significa que la mujer no importe en ese mundo, justo al revés: ella cuenta la historia, indica qué lado elegir, afirma con sus comentarios qué vale
y qué no en la guerra, y lo hace a su manera. Para este fin se
sirve de un cuento que ella (y nosotros) conocemos como La guerra
de las galaxias, nada más. Y nada menos.
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