martes, 24 de diciembre de 2019

Apunte


Un día como hoy de 1792, Leandro Fernández de Moratín, entonces visitante en Gran Bretaña, añadía la siguiente entrada a sus Apuntaciones sueltas de Inglaterra:
    Entre los ingleses no se conoce lo que llamamos Nochebuena, y se ahorran una indigestión más al cabo del año. Sólo el primer día de Pascua es fiesta: en este día y los inmediatos, los padres de familia regalan a sus hijos, y gratifican a los criados y dependientes de la casa; se hace un asado de vaca y ciertos pasteles, propios de este tiempo. No hay regalos mutuos, como en España; pero los que se hallan en sus casas de campo envían algunos presentes a sus amigos que están en la ciudad. Hay frecuentes convites en estos días, y se venden y cantan por las calles coplas al nacimiento de Cristo.

martes, 15 de octubre de 2019

Con las abejas




Cantando al amor sin receso, una abeja iba y venía. Así estuvo harta de exceso, se posó en mi guante y me dio un beso sin alegría. Yo, notando en su ánimo picante altanería, no sentí rubor por ello.


viernes, 31 de mayo de 2019

La gran pantalla


Hubo un tiempo en que los actores daban respuestas honestas a preguntas convencionales. Eso, al menos, es lo que decía el crítico de cine Roger Ebert, cuando recordaba las palabras de viejos entrevistados como Robert Mitchum:

Mitch, ¿qué hace falta para crear una estrella de cine?

Alguien le preguntó una vez a mi mujer, ¿qué idea tienes de tu marido? Y ella respondió: Es una imagen para masturbarse. Bien, eso es lo que somos todos. Ahí arriba en la pantalla, nuestro maldito ojo mide dos metros, los pobres bastardos que compran entradas piensan que realmente vales algo.

Este fragmento se encuentra, con otros evocados por Ebert, en: https://www.rogerebert.com/rogers-journal/what-was-it-like-to-work-with-so-and-so-no-really. La entrevista completa a Mitchum, del año 1969, está en: https://www.rogerebert.com/interviews/robert-mitchum-my-heart-flies-where-the-wild-goose-flies.

martes, 28 de mayo de 2019

Pues finge



       —Ocúpate de los controles.

       —¿Qué? ¡No sé pilotar un helicóptero!

        —¡Pues finge!


        De El castillo de Cagliostro (H. Miyazaki, 1979).

miércoles, 20 de febrero de 2019

Por Tutatis


      "¡Decaigamos, decaigamos!" es una frase del álbum Astérix en los Juegos Olímpicos. En la villa olímpica los galos, en vez de entrenarse, se están dando la gran vida, y los deportistas romanos les imitan. Los de Esparta, a régimen de higos y carne cruda, exigen las ventajas de sus rivales, pero el entrenador griego lo rechaza, señalando que aquellos son unos decadentes. La respuesta que recibe es categórica: "¡Decaigamos!".
      La escena viene al caso porque, en La voz de Galicia, apareció no hace mucho un artículo en el que se usaba esta secuencia para tratar de política. Transfiguraba Blanco Valdés, el autor, la dieta gala en injustas concesiones del Gobierno a los separatistas catalanes, y el deseo heleno de mejores bocados en un potencial afán de los demás españoles de obtener privilegios similares. Más allá de la oportunidad de la semejanza, lo que me intriga es que hoy sea posible leer en el periódico (también pueden encontrarse en El País, en La Vanguardia o en el ABC) referencias a Astérix, con menciones a la aldea de los irreductibles o a la poción mágica, o al descreído "¡Están locos, esos romanos!" de su compañero (bajo de tórax, que no gordo) Obélix. El motivo de la mención es claro: los lectores que crecieron, que crecimos con Astérix vamos ganando en años, y sus aventuras se nos aparecen ya como un referente autorizado. Es algo que me hace gracia, hasta que pienso si no será éste un síntoma de empobrecimiento, de rebaja cultural. ¿Son las alusiones al cómic, en el mejor de los casos, high low-brow, "vulgaridad excelente", como alguien definía la música de David Bowie? No sé qué decir. Muchos no tenemos a los griegos y a los latinos en la cabeza (a los de verdad, no a los de Goscinny y Uderzo), o no los manejamos con soltura. Y los griegos y romanos antiguos van de la mano con los clásicos españoles, de modo que desconocer a unos es ignorar a los otros, en parte. Tal vez Astérix esté ocupando un espacio que, en otro tiempo, hubiera correspondido a los héroes de las viejas aventuras literarias, gente sólida de probado carácter poético. Quizás los lectores estemos decayendo, como los mismos galos. O quizás esas alusiones sean un (fortuito) llamamiento a decaer, divulgado por escritores complacientes, o un certificado de nuestra lasitud retórica. ¿Estamos, unos y otros, abandonado las referencias cultas por otras más populares, dejando los higos y la carne cruda para tomar, no sé, las tripas de jabalí fritas en grasa de uro, o su equivalente moderno (con miel)? Puede ser...
      En cualquier caso, yo lo que querría, si ahora en la prensa autóctona van a multiplicarse las citas a los cómics, es que los plumillas no dejaran de lado a Tintín y al Capitán Haddock. Que recordaran también a esos valientes de la Galia Bélgica, cuando la pieza de turno lo permitiera. Porque si vamos a decaer, ¡por Tutatis!, hagámoslo en condiciones, tengamos la más autorizada de las decadencias.

lunes, 14 de enero de 2019

Crudo




      La clave de Crudo, esa historia de feroces afectos colegiales, puede estar en unas palabras del principio. Charlando con sus compañeros, la protagonista, vegetariana, afirma la igualdad en derechos del hombre y los demás animales. La suya es una defensa encendida, pero superficial, lo que apunta a una falta de convencimiento por su parte. Luego (spoilers, ojo) ella prueba la carne humana, con sorpresa pero sin demasiados miramientos. Sin otra premisa que las ganas de comer, se diría que descubre entonces aquello que hace del hombre una criatura más, igual a las otras: ser alimento, carne a fin de cuentas. Es un hallazgo que tiene consecuencias desastrosas, para la protagonista y para los demás. Yo no estoy seguro de si Crudo quiere funcionar como una crítica del naturalismo más extremo, si pretende mostrar por lo simbólico el peligro de que nos veamos sólo como animales, rechazando nuestra diferencia. Quiero creer que sí, que esa es su intención; al menos de ese modo me resulta un poco más suave el pase de esta película francesa, que tan incómoda es a veces como meritoria.