sábado, 22 de abril de 2017

I. Don Diegos

    
      Empiezo con un texto propagandístico que recoge el libro de Powell, punto de referencia de mis observaciones. Son palabras que podían leerse en Inglaterra en 1590, en un tiempo en que los dos países andaban en guerra:
[Debemos] aprender a despreciar a esos magníficos <<Don Diegos1>> y <<Caballeros españoles>>, cuyas heroicas proezas son baladronadas y alardes, y ellos mismos, en su mayor parte, son sombras sin consistencia... ¿Qué humanidad, qué fe, qué cortesía, qué modestia y civilización podremos encontrar entre esta escoria de bárbaros? [Mis afirmaciones pueden] ser confirmadas con la comparación de su conducta con la nuestra, es decir: de sus vicios con nuestras virtudes, de su despreciable bellaquería con nuestra generosidad... Comparando nuestra conducta con la de esta gente degenerada [la nación española es] desleal, voraz e insaciable por encima de las demás naciones… La naturaleza y la índole de los españoles, en los que puede verse conjuntamente incorporados una taimada zorra, un voraz lobo y un rabioso tigre... (…). La perversa raza de esos medio visigodos... estos semimoros, semijudíos y semisarracenos... ¿Reinarán esos marranos; sí, esos impíos ateos sobre nosotros, que somos reyes y príncipes?
      Este texto ofrece las líneas esenciales con las que los enemigos del rey de España dibujaron, en el siglo XVI, la imagen del país, haciéndola ubicua y perdurable, en un ejercicio de propaganda único en la Historia. Hoy estamos, por fortuna, lejos de aquellos tiempos, en lo que se refiere a la opinión que otros países tienen del nuestro. No obstante, el experimento que realizo aquí revela que algunos de estos prejuicios no han desaparecido, no del todo, en el Reino Unido, ciertamente no para algunas personas.




1 En los países anglosajones con el nombre de Diego se alude peyorativamente al español.

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