miércoles, 31 de diciembre de 2014

El trágico carácter


Doy por casualidad en Internet con un libro de viajes del militar británico William Dalrymple, Viaje por España y Portugal, en 1774; con una breve noticia de la expedición española contra Tánger, en 1775. Curioseando entre sus páginas encuentro un párrafo en el que habla del carácter español de la época. A pesar de lo categórico de sus juicios, que no deberían ser los de un viajero, me parece interesante y lo traigo traducido.


       Los castellanos, andaluces y gallegos poseen un carácter fuertemente marcado, como gente que vive separada; pero al prevalecer el mismo gobierno, una religión, y una educación similar, una familiaridad en el modo de ser resulta conspicua. La gravedad de los nativos es proverbial, y su solo aspecto convencería a un extraño de la verdad de la misma. No tienen idea de caminar por deporte, o de salir mientras el sol aprieta, salvo cuando no tienen más remedio, y entonces se mueven con un paso solemne, que se vuelve habitual. Hasta hace poco, y ahora sólo en la capital, y en las provincias entre gente de nivel, tenían poco trato con extraños, o entre sí, por lo que actuaban con reserva cada vez que se encontraban con alguien; y su galantería les obligaba a mantener una expresión circunspecta, así de no revelar sus intrigas a sus conocidos. Como este ha sido mucho tiempo un lugar donde ha imperado el fanatismo, llevan la pesadumbre de la religión marcada en la frente; la Inquisición, contando con ayudas en todos los rincones del reino, les obligaba a contener la lengua, no fuera que dijesen algo que les llevara a la ruina. Todas estas causas combinadas tuvieron por resultado natural la apariencia sedada que hoy vemos prevalecer entre ellos. Pero, hijos del sol, tienen, aunque no volátil, una imaginación tan aguda y animada como cualquiera de las gentes de Europa. De temperamento sanguíneo y cálido afecto, si algo desbarata sus planes habitualmente se enfurecen hasta la pasión, algo poco acostumbrado entre nosotros. Son vengativos y aún se dan de cuchilladas; el más bajo campesino no tolerará una afrenta; y así que el honor de los soldados no reciba mancha, hay un artículo en las ordenanzas del ejército por el que sólo pueden ser castigados con golpes de espada. Tienen la más alta noción de su dignidad por nacimiento; así es el castellano, y en mayor medida el vizcaíno, aunque sean pobres de necesidad; ambos sienten el más grande desprecio por el andaluz, por considerarlo descendiente inmediato de los moros: este último es astuto e intrigante, pero un espíritu más noble corre por las venas de los otros dos. Los matrimonios se efectúan generalmente entre personas de igual distinción: la vieja nobleza raramente se emparenta con la nueva; y el superior raramente enlaza con su inferior. Son moderados, o más bien abstemios en su modo de vivir, mayormente: el término borracho* es el más elevado reproche; y es raro ver a un hombre ebrio, excepto entre los porteadores o muleros. Tanto hombres como mujeres tienen recursos sobrados para lograr sus metas favoritas; las mujeres, en particular, con una educación limitada, confinadas en sus casas por barrotes, y asistidas por espías fuera, todavía encuentran la manera de evitar la vigilancia de sus dueñas*, y escaparse por entre las barras que debían contenerlas. Es algo a señalar el que estas gentes no sufran de timidez; tienen un carácter viril y hablan a su príncipe con la misma sang froid y confianza con la que le hablarían a un compañero; nunca dicen nada de lo que luego se avergüencen. Todo hombre parece tener idea de su propia dignidad, lo que en otras partes del mundo no resulta tan evidente. Entre sí se tratan con la mayor civilidad y respeto; si un mendigo pide limosna, y no se la dan, el suplicante es rechazado con los más compasivos términos; en otra ocasión, le dicen que Dios esté con él, Dios le guíe, etc., el insulto no se añade nunca a la desgracia. Tales son mis someros comentarios sobre el carácter actual que domina en esta gente. Hubo un tiempo en el que la llama de la libertad ardió en el pecho de todo español; el estallido maligno del despotismo la ha apagado, y ya no volverá a encenderse.



* En español en el original.

P.D. La pintura que ilustra esta entrada es El albañil herido, que Goya realizó en 1787.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Cosas mías

                       
                                          ¿Era la suya muda inteligencia, o sorda estupidez?